Khaled Asaad en Palmira formaba parte de la formidable geografía de palacetes, templos, columnatas y torres que despuntaban en Palmira.
Durante el último medio siglo Khaled Asaad se había entregado a la tarea de preservar «la perla del desierto», provisto de un tesón tan extraordinario que se había convertido en una figura perenne en mitad de aquel paisaje pétreo. Se conocía cada palmo de la capital del fugaz imperio de Palmira y, a lo largo de su carrera, había excavado sus entrañas en busca de nuevas tumbas y recovecos.
[pullquote]«Me dijo: «Mi vida ha sido restaurar los monumentos y recibir a las delegaciones de todo el mundo que nos visitaban. ¿Qué pasará con Palmira si todos la abandonamos? Tengo 83 años. Estoy jubilado y soy anciano. He vivido aquí y moriré también aquí.«[/pullquote]Cuando el pasado mayo las huestes del califato irrumpieron en Tadmur -el nombre semítico que usan los oriundos para referirse a Palmira-, Khaled Asaad rehusó emprender la huida y esperó a que los barbudos llamaran a su puerta. «Me dijo: «Mi vida ha sido restaurar los monumentos y recibir a las delegaciones de todo el mundo que nos visitaban. ¿Qué pasará con Palmira si todos la abandonamos? Tengo 83 años. Estoy jubilado y soy anciano. He vivido aquí y moriré también aquí», relata su hijo Walid en conversación telefónica con Crónica.
La victoria que no vio
Han transcurrido dos semanas desde que el ejército sirio recuperara el control del recinto, pero su vástago -quien sucedió al arqueólogo al frente de Palmira tras su jubilación en 2003- no ha regresado aún a casa. «Si todavía viviera, mi padre estaría muy feliz de haber expulsado de la ciudad a quienes querían destruir la civilización y la Historia. Es una victoria contra el terrorismo«, murmura Walid, que considera la reconquista un triunfo póstumo del hombre que decidió sacrificarse por Palmira con la valentía del caballero curtido en mil batallas.
A mediados de agosto, tres meses después de su llegada, los yihadistas sometieron a Khaled Asaad a una muerte espantosa: lo arrastraron hasta la plaza que se abre frente al museo y un encapuchado le decapitó ante la mirada aterrada de decenas de vecinos. Más tarde, su cuerpo fue colgado de una farola por las manos. Sus verdugos colocaron la cabeza sobre la acera, sin olvidar el detalle de las gafas que solía lucir en las fotografías que guardan sus parientes. Atado a su torso, un cartel detallaba -escritas en árabe a mano- las supuestas acusaciones que le habían condenado a ser víctima de una daga: «Apoyar al régimen y representar a Siria en las conferencias de los infieles; dirigir el sitio de los ídolos de Tadmur; visitar Irán y celebrar el triunfo de la revolución de Jomeini…». El cadáver fue trasladado posteriormente a la zona monumental, donde volvió a ser expuesto en público.
Le decapitaron y le pusieron las gafas
«Apoyar al régimen y representar a Siria en las conferencias de los infieles; dirigir el sitio de los ídolos de Tadmur; visitar Irán y celebrar el triunfo de la revolución de Jomeini…», rezaba el letrero con el que fue exhibido en una calle de Palmira el cuerpo decapitado de Khaled Asaad. El rótulo también acusaba al veterano arqueólogo de las ruinas de Palmira de tener contacto con funcionarios de los servicios de seguridad e inteligencia sirios. La fotografía del cadáver -colgado por las manos a una farola- y la cabeza dejada sobre la acera -con las gafas perfectamente colocadas- fue tomada por un activista local para levantar acta del horror del Estado Islámico.
«Nadie imaginó que pudieran matarlo de aquella manera tan vil. Mi padre vivió por un principio y murió por fidelidad a esa máxima. Sus asesinos proceden de la Prehistoria y quieren destrozar el islam y todo lo relacionado con la ciencia y la cultura«, asevera su hijo, quien no ha olvidado la última ocasión en la que vio a su progenitor. «Era el Aid al Fitr [la fiesta que marca el fin del mes de ayuno musulmán de Ramadán]. Estábamos a 90 kilómetros de Palmira, en la casa de unos amigos de la familia. Mi padre esperaba escuchar buenas noticias pero por desgracia le informé de la destrucción del león de Al Lat [una estatua de 3,2 metros de altura en la que una gacela aparece a los pies de un león]. Jamás imaginé que aquélla sería nuestra última conversación«, dice Walid.
En las jornadas que sucedieron a la conquista del Estado Islámico [IS en sus siglas en inglés], Khaled Asaad pasó unos días en los calabozos, pero acabaron liberándolo. Fue precisamente unos días después de la visita que recuerda su hijo cuando el arqueólogo regresó a las mazmorras de la organización yihadista. Por aquel entonces parte de la familia aún residía en la ciudad. «Estuvo 27 días confinado en una celda. No nos permitieron verle ni enviarle las medicinas que necesitaba. Nos advirtieron de que no se nos ocurriera abandonar el pueblo porque nos necesitaban para ayudarles a excavar los tesoros de Palmira«, evoca Walid, quien también sufrió un interrogatorio de los militantes del IS.
Sus últimos seres queridos dejaron la villa el 18 de agosto de 2015 cuando la noticia de la decapitación del ex director del recinto monumental se había propagado por todos los rincones del pueblo. «Varios familiares, entre ellos uno de mis hermanos, escaparon tras su asesinato. Nos reunimos con ellos fuera de la villa. Juntos emprendimos el camino hacia Raqqa [capital del califato proclamado por el IS] y allí pasamos cuatro días escondidos porque era imposible recorrer la ruta hacia Homs sin caer en las garras del IS. Los vecinos nos contaron luego que el IS asaltó nuestra casa dos horas después de iniciar la huida«, narra Walid.
La familia, desperdigada hoy entre Damasco y Homs, aún no ha podido recuperar el cuerpo del arqueólogo ni darle sepultura. En cambio, la figura del hombre que mimó durante décadas un cruce de caminos de la vieja Ruta de la Seda ha recibido desde entonces homenajes a lo largo y ancho del planeta. «Es un hombre que sirvió a la arqueología y dejó su impronta en todos los monumentos de Palmira«, reconoce a este diario su yerno, Jalil Hariri, que trabajó codo a codo en la conservación del páramo. «Todo lo que sé se lo debo a él«, susurra.
«A diario el IS decapita y tortura a no pocos sirios. Lo que realmente hace único a Al Asaad es haberse convertido en un símbolo de la destrucción del patrimonio cultural sirio. Cuando velo su memoria también lo hago en nombre de los daños que el conflicto ha ocasionado en nuestro legado«, admite Amr al Azm, profesor de Historia y Antropología de Oriente Próximo en la Universidad Shawnee de Ohio (EEUU). Al Azm intimó con el difunto cuando era funcionario del departamento de Antigüedades sirio y dirigía la unidad de conservación. «Solía visitar Palmira por asuntos de trabajo y Al Asaad era una institución. Ningún compatriota conocía el complejo como él. Su muerte es una enorme pérdida«, añade el académico.
Desde su trágico desenlace, su erudición ha alimentado la leyenda de que -antes de padecer el calvario del IS- logró poner a buen recaudo una suerte de tesoro, con valiosas piezas de la colección de Palmira. «Le torturaron porque creían que había escondido algunos objetos y le obligaron a confesar todo lo que sabía, pero la historia del tesoro no es cierta. Mi padre no guardó nada e, incluso si lo hubiera hecho, lo habrían descubierto. Pasaron muchos meses en el recinto. Pusieron en marcha varias excavaciones y tocaron todo lo que les vino en gana«, opina Walid. Y agrega: «Los del IS son unos enfermos. Pensaron que en Palmira había tesoros de oro y ansiaban hallar diamantes y piedras preciosas«.
Khaled Asaad, Palmira y la obsesión por el oro de Daesh
«Cada vez que el IS conquista un territorio, interroga a los arqueólogos locales en busca de oro. Es su obsesión«, recalca Al Azm, quien atribuye la historia de las supuestas alhajas a «una invención de los medios de comunicación» alimentada por las manías de los yihadistas. A su juicio, los acólitos del IS recurren a las antigüedades con un doble objetivo: «Expolian lo que son capaces de vender y destruyen aquello otro que pueden usar en sus vídeos propagandísticos«.
«No hay piezas escondidas«, confirma a este suplemento el jefe de antigüedades sirio Maamun Abdelkarim, embarcado desde fines de esta semana en la primera expedición a los vestigios de Palmira para evaluar las heridas propinadas por la dinamita de los yihadistas. «Trasladamos -estima- el 90% de las estatuas y las piezas pequeñas antes de que llegara el Daesh [acrónimo en árabe del IS]«. En total, en los meses previos a la caída de Palmira, unos 900 artefactos fueron empaquetados y enviados a Damasco a contrarreloj. «Entre los objetos salvados, hay piezas de metal y barro consagradas al dios Bel [la deidad principal de Palmira junto al dios lunar Aglibol y al dios solar Yarhibol], así como monedas antiguas y estatuas de mujeres y hombres de distintos tamaños«, precisa Walid.
Khaled Asaad fue uno de los artífices de la laboriosa y veloz mudanza. «Nos ayudó como asesor valorando las piezas que había que salvar y descartando aquéllas que no resultaban prioritarias«, reconoce su vástago, que ha logrado salvar parte de la memoria gráfica de las delegaciones extranjeras para las que Al Asaad hacía de solícito embajador.
En el archivo, aparecen varias instantáneas de la visita que en octubre de 2003 realizaron los entonces reyes de España, Juan Carlos I y Sofía, acompañados por Bashar Asad y su esposa, Asma. En las fotos, Khaled Asaad «el guardián del recinto» mantiene una animada conversación con sus huéspedes.
Los últimos 10 meses han trastocado para siempre la faz de la atracción turística de Siria que, tras siglos de abandono, redescubrieron unos mercaderes británicos en 1678 y cuyas 50 hectáreas comenzaron a auscultar las misiones europeas y estadounidenses el siglo pasado. Durante la desgraciada estancia del IS, el grupo ha reducido a escombros los templos de Bel o Baal Shamin y el arco del Triunfo.
En cambio, el anfiteatro romano -escenario del vídeo difundido en julio pasado con la ejecución de 25 soldados del régimen-, la ciudadela o la gran columnata han vencido a los extremistas. «El 80% de los monumentos ha resistido bien el paso del IS», afirma Abdelkarim. «Haremos lo imposible -agrega- para concluir este mismo año la evaluación de los daños. Una vez que tengamos el visto bueno de la Unesco, nos llevará otros cinco años restaurar el complejo, pero necesitamos un clima de paz y el apoyo internacional. Palmira es patrimonio de toda la Humanidad«.
La tragedia de quien fuera su centinela ha elevado su biografía al panteón de los héroes. «Rechazó ser súbdito del IS y pereció como un mártir. Es el mártir de los monumentos de Siria«, proclama el máximo responsable del patrimonio del país árabe.
La explotación del régimen
Protagonista de innumerables tributos dentro y fuera de su patria, Khaled Asaad es también un salvavidas para Bashar Asad. «El régimen está explotando su muerte y la destrucción de Palmira en su propio beneficio. Es parte de una campaña para rehabilitar a Damasco con la ayuda de Rusia, una táctica que nadie debería comprar. Quieren preparar el terreno para las próximas negociaciones en Ginebra. Recordando el calvario de Al Asaad buscan obligar a los gobiernos europeos a reanudar los lazos con el régimen como si fuera el único aliado contra el IS y el flujo migratorio«, denuncia Al Azm. «El IS -advierte- no ha sido la única parte en liza que ha destruido sistemáticamente el patrimonio sirio. También lo han dañado el régimen sirio, los bombardeos de Rusia y de la coalición internacional que lidera EEUU o las bandas dedicadas al saqueo«.
En honor del atribulado arqueólogo, las autoridades sirias barruntan ya un homenaje que perviva en el terruño al que el anciano entregó sus energías. «Hemos pensado fabricar el Arco del Triunfo usando la arqueología digital que nos ofrece la Universidad de Oxford. La réplica se exhibirá primero en Londres y Nueva York y luego viajará a Siria. Será colocada en el lugar exacto donde Al Asaad fue decapitado«, avanza Abdelkarim. «Estamos hablando con su familia para que nos ceda su vivienda. Queremos convertirla en el museo que guarde la memoria del científico y amigo que padeció una muerte atroz por defender su pasión«.
Desde su refugio damasceno, Walid trata de mantener vivo el recuerdo del hombre que protegió Palmira lejos del campo de batalla. «Era una persona muy humilde. Trataba a todo el mundo con respeto y compartía con ellos alegrías y dolores. Durante su vida rechazó una y otra vez ofertas para dirigir otros yacimientos. Nunca pensó que tendría un final como el que tuvo porque miraba la vida con optimismo y cierta ingenuidad. Por encima de todo, amaba Palmira«.
Fuente
FRANCISCO CARRIÓN