La necrópolis de El Caño

La necrópolis de El Caño es un yacimiento vivo.

La necrópolis de El Caño
El hallazgo de un sepulcro de 43 cuerpos en 2015 podría aportar mayor evidencia sobre los rituales funerarios de los coclé. Los detalles de este hallazgo serán divulgados próximamente en el boletín científico ‘Revista de Arqueología Iberoamericana’.

La necrópolis de El Caño se trata de un camposanto que a pesar del tiempo permanece absorto y a la espera de poder contar la historia de sus antiguos beneficiarios, los coclé.

En su haber como arqueóloga, Julia Mayo había logrado trazar parte de la identidad de los coclé, cuyas principales piezas de oro y cerámica, encontradas durante las primeras excavaciones en 2009, les mereció el apelativo de “guerreros de oro de Panamá”.

Una sociedad sofisticada, marcial, jerarquizada, cosmogónica y de gran sensibilidad artística, son algunas de las cualidades atribuidas a este grupo, que sobrevivió hasta principios del siglo XVII, según los investigadores.

En su libro, Guerreros de oro. Los señores de Río Grande en Panamá, Mayo y los científicos que conforman la Fundación El Caño, aseguran que la necrópolis de El Caño fue construida alrededor del año 450 d.C. y abandonada en el 1000 d.C., fecha que para Mayo coincide con dificultades vistas en otras culturas del continente y que obedece a periodos de sequía o un posible fenómeno de El Niño.

En 2015, más de mil piezas de cerámica y centenares más de oro, piedra y resina se contabilizaron en su repositorio de datos, con el afán de crear un perfil más preciso sobre estos antiguos habitantes del istmo.

Ese mismo año, durante la excavación de un entierro, colocado en el interior de una gran fosa, se encontró una séptima tumba, identificada por el equipo de arqueólogos como “T7”, cuyo interior contenía un total de 43 individuos en posición primaria y cuyas figuras principales son un adulto y un niño.

Este hallazgo, cuyos detalles serán publicados durante los próximos meses en la Revista de Arqueología Iberoamericana, aporta nueva evidencia que en el futuro ayudaría a completar las memorias de esta civilización antigua.

Para la fundación El Caño, los cementerios resultan una fuente de información valiosa para estudiar las estructuras sociales, así como los sistemas de parentesco e identidad etnocultural.

La necrópolis de El Caño y Julia Mayo

En ese sentido, las tumbas de la necrópolis de El Caño presentan un marcado sentido escénico y un acervo de expresiones simbólicas, apunta la arqueóloga Julia Mayo en su libro Guerreros de oro. Los señores de Río Grande en Panamá (2015).

Mayo agrega en el texto que los coclé utilizaron elementos como vasijas, diseños y, probablemente, algunos cuerpos que personifican valores o conceptos abstractos que se deben interpretar con mucho cuidado.

El hallazgo de la tumba “T7” desveló a 43 cuerpos, en donde dos figuras, un adulto y un niño, fueron colocados sobre el resto de las osamentas, como si fueran las siluetas principales del sepulcro. Esto podría poner en sobremesa, información relevante para conocer la historia de los antiguos moradores de Río Grande.

En entrevista con este diario, Mayo explica que a primera vista es posible imaginar que los cuerpos acompañantes sean personas que se suicidaron o fueron sacrificadas para acompañar a las figuras protagonistas en su viaje al más allá.

Un esquema digital, reproducido por el arqueólogo Miguel Ángel Hervás Herrera, demuestra que las osamentas destacadas eran las únicas adornadas con ajuares funerarios.

Por ejemplo, una figura antropomorfizada de un murciélago pescador, hecha con resina y fundas de oro, fue encontrada en el pecho del infante, indicando la posibilidad de que el niño sea la figura de más alto rango en esta sepultura.

Los cuerpos restantes pertenecen a mujeres, infantes y varones guerreros.El artículo que presentará Mayo a la Revista Iberoamericana de Arqueología, sobre estos hallazgos, llevará implícito una propuesta metodológica que permita determinar quiénes son las figuras principales en esta fosa.

“Aunque normalmente se cuentan y examinan los ajuares de cada osamenta para determinar quién es el más significativo, nos hemos encontrado con dos cuerpos aderezados con un número similar de ajuares, que nos dificulta determinar quién es el verdadero dueño de la tumba”, señala Mayo.

Por otro lado, el niño llevaba también un número superior de brazaletes y pectorales “que denotan estatus”, con respecto al adulto, añade la arqueóloga.

La propuesta metodológica para la necrópolis de El Caño consistirá en incorporar un análisis del sepulcro, pero visto desde un punto de vista escénico. “Es decir que cada cuerpo en la fosa ha muerto para representar algo”, plantea Mayo, quien añade que existe la posibilidad de que se trate de una corte infantil, si se toman en consideración algunos detalles en los restos acompañantes como el sexo, la edad y qué llevaban puesto, por ejemplo.

La investigación, continúa Mayo, propondrá realizar estudios en los ajuares funerarios, ya que ellos representan la identidad simbólica y el rol social del individuo que los porta.

“Hay elementos que son típicamente masculinos, otros femeninos, algunos son utilizados exclusivamente por guerreros o por sacerdotes”, detalla Mayo.

Durante la exploración de la fosa, además, se encontraron 753 vasijas de cerámicas, 20 de metal, 11 piezas de resina, 50 artefactos y elementos de piedra y 99 artículos de dientes de animal.

Para Julia Mayo, el hallazgo servirá de marco para poder identificar, a corto plazo, otros artefactos y ajuares similares y conocer a profundidad, los mecanismos de funcionamiento de la jefatura de Río Grande y su modelo social.

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